LA OTRA TRANSFORMACIÓN
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La otra transformación (II)


Escrito por: Mario Alberto Puga

Politólogo y ex diplómatico

2025-10-17

La otra transformación (II)

 

Una vez que se ha consolidado el proyecto de transformación de MORENA, luego del triunfo de Claudia Sheinbaum, hace más de un año, como camino viable del México de hoy, además de tener la mayoría en el congreso, gubernaturas, y congresos locales, así como la redención de un nuevo poder judicial, es hora de preguntarse y trabajar también por la otra transformación.

 

Y cuando hablo de la otra transformación, me refiero específicamente a superar los retos estructurales de nuestro desarrollo, entendidos éstos como la suma de todos los proyectos fallidos que no nos han dejado avanzar y alcanzar el pleno desarrollo, además de desterrar vicios, actitudes, acciones y comportamientos que, de una u otra manera, nos vuelven a condicionar a vivir enfrentados, divididos y desordenados, en una eterna contradicción dialéctica, sin que la historia termine -como decía Fukuyama-, y sin alcanzar el equilibrio social, económico y político que todo país desarrollado logra.

 

Si bien, la primera transformación (independencia) nos dio libertad; la segunda (reforma), supremacía del poder civil; la tercera (revolución), proyecto de nación; ninguna pudo superar totalmente esos retos estructurales y desterrar vicios, actitudes, acciones y comportamientos -al contrario, los exacerbaron en algunos casos-, hasta llevarnos a repetir la historia una y otra vez.

 

En ese sentido, la cuarta transformación (revolución pacífica), que ha logrado desde su inicio completar una necesaria transición democrática, construir un nuevo proyecto de país y rescatar al Estado rector de manos del neoliberalismo, está obligada a enfrentar y superar esos retos estructurales y desterrar los vicios, actitudes, acciones y comportamientos, si no quiere acabar igual que sus antecesoras: inconclusa, trunca, traicionada o derrotada.

 

Y cuando hablo de retos estructurales pienso en aquellos temas que fueron y siguen siendo razón de ser del Estado moderno, especialmente del Estado mexicano, y que por alguna razón no se han realizado en buena parte de las sociedades subdesarrolladas: seguridad, infraestructura, educación, salud, vivienda, cultura y deporte, ahora con nuevos temas en la agenda, tales como derechos humanos, género y medio ambiente.

 

Y siempre que llego a este punto, me pregunto si un país como México puede convertirse en un país desarrollado. Mi respuesta es sí, pero no como los de primera generación, es decir los europeos; quizá tampoco como los de segunda generación, EU, Canadá o Australia; y, probablemente, tampoco como los de tercera generación, esto es, Japón, China, Corea del Sur y todos los países del sudeste asiático. Entonces, lo único que queda es lograr un desarrollo propio, en el sentido de aprovechar las ventajas, las oportunidades, la geopolítica, los avances tecnológicos y la diplomacia, tal y como lo han hecho otros países en momentos clave, como creo que está México hoy en día.

 

Lo único que no puede pasar es mantener la eterna contradicción sin superarse, sin dejar que la dialéctica haga su trabajo, que es, precisamente, superar las contradicciones que mueven la historia, donde ninguna de las partes asuma su responsabilidad, especialmente en una revolución pacífica, donde ambas fuerzas sobreviven y conviven: una, como ganadora; otra, como derrotada, pero dispuestas a que el país avance. 

 

La primera tiene todo el derecho de reescribir la historia, es decir, cambiar los términos de referencia entre la sociedad, las instituciones y el poder que ahora detenta para ejecutar su proyecto. En ese sentido es que se ha recuperado la esencia del Estado mexicano, devolviéndole la rectoría sobre la economía y el mercado, perdida en la etapa neoliberal. Igual ha creado toda una política de bienestar y mejoramiento del salario mínimo que han ayudado a salir de la pobreza a más de 13 millones de mexicanos y mexicanas. Asimismo, se ha deshecho de algunos órganos u organismos creados por los gobiernos neoliberales que no caben en su proyecto, aunque no de los temas que abordan, los cuales han sido devueltos o transferidos a las instituciones. Y, finalmente, ha creado un nuevo poder judicial, que durante buena parte de su existencia (200 años) ha trabajado más a favor de los intereses de los poderosos que para el pueblo mexicano, de donde surgió.

 

La segunda -la parte derrotada- que, al igual que los españoles, la iglesia católica y los terratenientes porfiristas, sigue terca en defender y regresar al antiguo régimen, sin reconocer su derrota, no sólo electoral, sino política, social y moral y, peor aún, sin adaptarse a los nuevos tiempos y buscar otras formas para organizarse, ha apostado por ensuciar todo avance del nuevo proyecto, en una retórica destructiva, divisiva, falsa y de bajos instintos que solo encuentra eco entre los suyos, pues ha perdido toda base social. Hoy, la oposición de derecha mexicana tiene a los peores personajes de su historia, incluidos los medios de comunicación, que solo destilan odio, rencor y nota roja en su afán de desprestigiar al nuevo proyecto y ganar audiencias.

 

En tal condición, la contradicción fundamental de México enfrenta su propia paradoja: o las partes dialogan seriamente para superar el impasse dialéctico o bien, la parte ganadora lo hará sola, como hasta ahora ha sucedido, lo que tampoco es ninguna garantía.

 

No obstante, existe una oportunidad para que la oposición acompañe, participe y se adapte, no al proyecto de MORENA, sino al proyecto del México de hoy, donde caben todos: la negociación de una nueva reforma política de consenso. Una reforma política que siempre se ha significado, en mayor o menor medida, como factor para el avance de la democracia, además de abrir espacios y oportunidades para adaptarse a estos nuevos tiempos.

 

No conozco, hasta ahora, una experiencia de país que haya logrado el desarrollo pleno -en cualquiera de sus vertientes- con una sociedad dividida o enfrentada. Tampoco, un proyecto de país exitoso sin el apoyo de toda la sociedad. Es ahora o nunca para la oposición de participar con ideas y propuestas en el nuevo proyecto de México. Si no lo hace, quedará fuera de la historia, como ha sucedido en estos primeros años del nuevo proyecto de país, llamado México.

 

 

Mario Alberto Puga

Politólogo y exdiplomático